viernes, 9 de octubre de 2020

Dos

CAPITULO I

 

 

El primer día de nuestra “nueva” jodida vida.

 

 

 

Todos los cambios, (lo creo firmemente) vienen así: de forma gradual, sin demasiada estentoreidad, sin anuncios de ángeles descendiendo de los Cielos con sonidos de trompetas y grandes cataclismos…

No.

Ni siquiera llaman a tu puerta, ni te dan un “toque” por el whatsap, ni te mandan un mail a tu correo electrónico..

Solo llega con el anuncio en las noticias de que algo está pasando, de que a causa de una gripe más o menos desconocida, se inicia un protocolo que provoca la ruptura con el modo de vida que, hasta entonces, habíamos disfrutado…

Ahora llegan, por imposición gubernamental y recomendación de la comunidad científica, otros hábitos, otras rutinas de comportamiento, otra vida.

En las televisiones ya se estaba dando noticia de aquel “Estado de alarma” que comenzaría al día siguiente…

 

Mi primer pensamiento, tras lo ocurrido fue, aquella noche, que el mundo, el mío y el de todos nosotros, había cambiado…

Quizá no de forma drástica; no como en el cine, ni como cualquier temporada de alguna serie apocalíptica cansina e inacabable, pero ciertamente, algo parecía haber cambiado…

Estaba sucediendo…

De momento, pensé, diciéndome a mí mismo, que todo lo que estaba ocurriendo no se había producido ni de forma espontánea ni nos estaba afectando de un modo radical y tajante…

Aunque por otro lado, también era consciente de que los cambios, si no más radicales e inmediatos, vendrían más temprano que tarde…

La mañana siguiente fue, para nosotros, igual en todo a cualquier mañana de sábado, con la única salvedad, consecuencia de las nuevas medidas para la población, de que se habían suspendido todas las tareas que a diario realizaban hasta ayer mismo, más de 12 millones de personas:

Ir al trabajo se encontraba solo a disposición de un sector mínimo de la población que tenía asegurado un empleo…

Por el contrario, los servicios sanitarios del país se vieron, de golpe, saturados con cientos de casos y episodios epidémicos colapsando, casi de inmediato, las urgencias de todos los hospitales públicos del estado...

En casa nos sumamos, todos, a formar parte de ese ejército de desamparados melancólicos que cada tres meses dan cuenta de su “No-estado” laboral mediante el acceso virtual con ordenador de sobremesa, una tablet o el teléfono móvil, al servicio público de desempleo (así le llamo yo) para que constaten que sigues sin trabajo…

 Se hacía, quizás, algo más necesario encender la televisión y buscar el canal de las noticias, para seguir algo más de cerca los acontecimientos venideros…

Se hablaba y se insistía enfáticamente en la permanencia en nuestros hogares…

No salir bajo ninguna circunstancia, salvo ir a la tienda o super más cercano, mantener una distancia de seguridad entre nosotros y adoptar unas medidas de limpieza y desinfección algo más profundas durante el tiempo que permaneciésemos en el establecimiento…

Decidimos que ese día, sábado, iría yo solo, en coche, para hacer una compra de fin de semana, pero algo más agilizada y rápida, incidiendo en algunos artículos que fuesen más necesarios a un plazo algo más largo de días…

No me encontraba más preocupado que de costumbre…

únicamente resonaba en mi cabeza el planteamiento de que, de ahora en adelante, el futuro más inmediato en casa, es que estábamos todos sin trabajo…

Fue al llegar a las inmediaciones del super donde habitualmente hacemos todas las compras cuando mis preocupaciones familiares sobre nuestro futuro laboral fueron dejando paso a preocupaciones más serias ante el conato de panorama que parecía vislumbrarse aún a horas tempranas

Solo cuando llegas al supermercado y comienzas a notar el nerviosismo en la gente que te rodea, el acúmulo de coches ocupando plazas del parking de forma inusual, con avaricia y desdén, sin disimulo, con pequeñas discusiones, solo entonces es cuando percibes que las cosas ya no funcionan igual, y empiezas a creer que puedan acabar en una pelea, cuando las manos y los brazos de más de dos personas comienzan a gesticular acercándose demasiado a tu espacio vital, al sitio que ocupas..

Miras con recelo todo lo que ocurre a tu alrededor mientras mueves el carro de la compra hacia el interior del “super”, procurando no topar con nadie, mientras observas que, a pesar de que apenas acaban de abrir, hay demasiada gente, demasiados coches agrupándose en las cercanías de la superficie del centro..

Dentro ya reina un ambiente ligeramente más frenético que días atrás: gente agolpándose hacia un “córner” determinado, llenando los carritos con artículos que se repiten en cantidades de a cinco, el agotamiento de artículos en segundos: huevos, harina, leche, y, sobre todo, papel higiénico; demasiados carros circulando en un espacio que se va achicando a medida que más cantidad de personas ocupan los pasillos y, en las estanterías, la escasez de artículos ya es preocupante..

Las cajas comienzan a acumular colas de clientes con carros atiborrados de diversidad de artículos, paquetes de papel higiénico coronan una gran mayoría de esos carros, como reflejando el frenesí desbocado que precede a la actuación de los humanos cuando intuyen alguna tragedia cercana..

La prisa por ser atendido crece exponencialmente en situaciones de anomalía, cuando la sensación de confort y amable rutina comienza a perderse, siendo sustituída por un estado de alerta temprana que nuestro cerebro está previendo..

El nerviosismo es el sustituto siguiente a la urgencia de acabar cuanto antes, cuando el cerebro analiza, ya no de forma coherente, sino con incesantes bombardeos de mensajes contradictorios y alarmistas..

Las palmas de las manos empiezan a humedecerse, la base del cuello, las sienes, empiezan a estresarse con tanto mensaje de alerta, y a partir de aquí comienza la debacle..

 

Logré salir de allí tras tener que aguantar dos broncas delante de mi turno: la gente había empezado a volverse paranoica, y el vigilante de seguridad había avisado, al menos tres veces, a la policía por los multitudinarios incidentes que se estaban sucediendo dentro del recinto..

Alguien estaba recurriendo al uso de sus brazos y puños, entre gritos dispersos, varios de ellos provenientes de voces chillonas..entre las que creí identificar una femenina, quizá alguna señora que ya había perdido los estribos, la dignidad y puede que hasta algún diente..

La reacción de las personas que estábamos en medio de aquel conato de caos fue, extrañamente, de pasividad absoluta ante las dos escenas de violencia simultánea que se desarrollaban delante de nuestras narices..

Mis ojos seguían atentamente cada movimiento que se producía delante de mí..

Intentaba analizar entre lo que estaba ocurriendo mientras buscaba la forma de salir de aquel conflicto con mi mercancía adquirida, y, a ser posible, sin verme involucrado en broncas..

La policía acudió, en medio del ruido de las sirenas y llenando la antesala del local con sus luces de aviso, formando reflejos de extraña belleza: azul y rojo, azul y rojo..

Dos coches-patrulla se ubicaron justo delante de la entrada principal, de los que se bajaron cuatro agentes, todos ellos cubiertos y protegidos por chalecos anti-bala, con las defensas en la mano y cubiertos por sus cascos antidisturbios, con las viseras bajas..

¡Extraño! Me dije.

Tuve la sensación de que los policías conocían algo que al resto se nos escapaba, o no nos habían dicho..

La presteza y determinación con la que comenzaron a actuar, descargando varios golpes, precisos y con medida brutalidad, sobre las personas “señaladas” por el guardia de seguridad, acabaron por acaparar toda la atención de las personas, clientes y emplead@s, hacia ellos, mientras agarraban a una señora gruesa, (había cesado de gritar y permanecía en silencio, como en estado de shock) la esposaban con cintas plastificadas, y la sentaban en el suelo, con gestos resolutivos pero eficaces..

Observé que el rostro de aquella pobre mujer ya presentaba evidencias de varios golpes, pues manaba sangre de su nariz medio aplastada y varios regueros asomaban por las comisuras de sus labios, cerrados y prietos.

El otro interventor, un varón de mediana edad, robusto pero entrado en carnes, totalmente rapado y con aires de seguridad fingidos, no había cesado de gesticular con maneras agresivas y soltando toda clase de frases ofensivas hacia la gente que permanecíamos en derredor de la escena, lanzando miradas amenazadoras, adelantando de manera ostensible el cuello y la barbilla, ensanchando la anchura de sus hombros como en una invitación a pelear..

Junto a él, derribado en el suelo, apoyando su espalda sobre los laterales de la línea de caja, un anciano con el rostro ensangrentado y su mano derecha como sujetándose la mandíbula, , parecía sollozar en silencio, con la cabeza gacha.. las gotas de roja y oscura sangre se filtraban entre los dedos de su mano, cayendo a cámara super-lenta delante de su triste y desvalida figura, golpeando las losetas de linóleo en microscópicas explosiones escarlata, esparciéndose en todas direcciones y acumulándose rápidamente en un horrible charco carmesí..

¿Quíen no había visto ya esto antes?

La realidad estaba alterándose, dislocada y enloquecidamente, hacia un peligroso punto donde todos imaginamos que nuestra peor pesadilla está a punto de tomar forma..

Un rápido vistazo a las manos del nazi rapado me permitió apreciar la resolución con la que había puesto fin aquel hijo de puta a la difusa disputa con el viejo..

A mí me habían empezado a zumbar los oídos, como si el miedo y el estupor de aquella situación hubiesen propiciado que mis sentidos se alejaran emocionalmente,

retrocediendo hacia un nuevo “espacio vital” desde el que percibir con mejor resolución la iniquidad de aquel momento de odio y sinrazón..

Sin perder ni un ápice de atención hacia el centro de los acontecimientos, noté que empezaba a moverme, dirigiéndome como en un sueño hacia mi derecha, empujando el carrito, sin demasiado peso, saliendo de la fila que acababa de convertirse en corrillo con el foco de la atención ajena hacia los golpes y la sangre, vislumbrando a pocos metros otra línea de caja que había permanecido, extrañamente vacía y ausente de clientes, donde una de las cajeras, ajena al devenir de los sucesos, contaba con tranquilidad algunos billetes..

Dirigiéndome hacia ella comencé a depositar los elementos de mi compra sobre la cinta móvil del mostrador de su línea..

Al mismo tiempo le pregunté si su caja estaba operativa y ella, sin dejar de contar los billetes, asintió con un movimiento de su cabeza y una sonrisa dibujada en el rostro..

Aún no me explico cómo pude salir sin que nadie, absolutamente nadie, me detuviese, o preguntase, a pesar de que había gente que se había acercado a la puerta y tras las cristaleras, colocando sus manos a los lados de su cabeza, con la vista pegada al cristal, para observar el espectáculo que se desarrollaba en el interior..

Crucé delante de los dos coches policiales, fijándome en cómo las luces desplegaban y concentraban una especie de hipnótica influencia sobre quien las mirase, o se encontrara cerca de ellas..

Tomé la dirección hacia el lado derecho del marquet, donde se encontraba una amplia zona de aparcamientos, marcada con las líneas blancas delimitando los espacios para ubicar cada coche..

Me fijé, aparte de que ya apenas había vehículos en esa zona, en un enorme perro que, parado delante de una caseta de aluminio propiedad del centro, donde se guardaban los contenedores de la basura, no cesaba de ladrar y gruñir de forma amenazadora y enloquecida, hacia la puerta, entreabierta y en continuo vaivén, como si alguien desde dentro estuviese jugueteando con ella…

Mi vehículo se encontraba en el lado opuesto, a unos metros de distancia del perro desquiciado y la puerta en eterno movimiento, así que procuré distanciarme un poco más del animal y la caseta, echando mano, de forma instintiva, a la pequeña navaja que portaba en mi bandolera, empujando, al mismo tiempo, el carro de la compra con la inercia de mis pasos, pero extrañamente tranquilo, y un curioso y frío cosquilleo de estremecimiento agitaba, rodeando, mis hombros, como una suerte de aviso de que, ante todo, debía estar en calma y con la cabeza fría..

(El miedo, en ocasiones, puede ser un buen consejero! – Pensé entonces..

Aún quedaban cosas por hacer: trasladar la compra a unas bolsas de rafia que acostumbro a llevar siempre en el maletero, devolver el carrito a su sitio enganchándole junto a los demás, aunque aquella tarea no suponía mayor esfuerzo porque el habitáculo donde aguardaban los demás carros estaba mucho más cerca de mí y de mi coche que el sitio donde el pastor alemán seguía ladrando y profiriendo aullidos, volver al coche y, por último, dirigirme hacia una de las dos salidas adyacentes..

Tras enganchar el carro vacío, volví a mi coche con serenidad y sin dejar de mirar hacia el foco central de la acción: la gente acompañaba ya a los dos agentes que sujetaban con firmeza a la señora mayor atada con las manos detrás de la espalda, y el rostro manando demasiada sangre, mientras que, al mismo compás, los otros dos policías conversaban con el nazi que, por alguna puñetera razón, seguía gesticulando libremente, agitando sus brazos con los puños cerrados cubiertos de sangre algo reseca..

¡Aquello no era normal!

¡Esa actitud no tenía absolutamente nada de normal!

Pero esa era la escena que seguía desplegándose ante mí, y ante el resto de espectadores que, manteniendo una actitud relajada y silenciosa, parecían conformes con el planteamiento de lo ocurrido..

 

Al cerrar la puerta lateral del vehículo, mi mente pareció despejarse, como si una corriente de aire fresco hubiese sido capaz de devolverme a un estado de normalidad que había perdido pocos minutos antes, observando la extraña escena de los policías, la vieja esposada y el nazi comandando la situación..

Entonces recordé al pobre abuelo con la mandíbula partida: no le volví a ver en nigún momento, ni en aquellos instantes me paré a pensar por qué carajo no venía ninguna ambulancia, por qué aquella pobre mujer debía ir esposada y el hijo de puta rapado seguí allí, de brazos cruzados, observando, ahora, a todo el mundo a su alrededor..

Cuando parecía que podría partir sin problema hacia la salida derecha del marquet, arranqué el motor y comencé a desplazarme con suavidad y muy lentamente, asegurándome de bloquear el cierre centralizado de mi coche, aunque bajé la ventanilla de mi lado, por si era requerido por los agentes, en caso de que hubiesen reparado en mí..

 

En ese momento tuve que detener el coche:

Un movimiento de uno de los policías desde el primero de los coches, el más cercano a la salida a la que yo pretendía acceder, con su mano enguantada y abierta frente a mí, me hizo parar, esperando a que ambos coches policiales abandonaran el lugar.

La gente se había quedado inmovilizada durante esa fracción de tiempo y, en cuanto desaparecieron los destellos y las sirenas, comenzó a caminar, con tranquilidad y de manera pausada, hacia sus coches algunos, otros caminando en distintas direcciones, sin hablar, como autómatas imbuídos de algún sortilegio que les impidiese expresar o manifestar emoción alguna..

Cuando puse en movimiento mi coche, me dí cuenta de que alguien saludaba en mi dirección: el aborrecible nazi, agachado junto al lateral de mi coche, saludaba con su puño cerrado y ensangrentado, manteniendo únicamente el dedo anular erguido, en un claro envite de sorna y amenaza, mientras movía su boca hablando, pero sin que yo pudiera escucharle sonido alguno..

No hacía falta..

Leí con claridad ensordecedora sus labios, mientras sonreía:

¡Oye, maricona!

¿Crees en el Mal?

Después acabó llevándose los dedos índice de cada mano hacia las comisuras de sus labios, gestualizando la mímica del Jóker..

 

 

 

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