Seis

Los Apuntes del Mal

 

Capítulo 4. La Vieja sentada al fresco de la noche cuenta historias.

 

Había noches tan amargamente idénticas en aquella calle donde las ilusiones y anhelos de la gente se juntaban en regazos estériles, guardados en taleguillas y refajos, y reconvertidos en frutos secos a la espera de ser consumidos por las narradoras nocturnas, viejas matronas que aposentaban sus culos caducos y atiborrados de arrugas y estrías, envueltos en enaguas gigantescas y con ligeros aromas añejos de orines oxidados, sobre la anea de desvencijadas y crujientes silletas, orillando las aceras que separaban, al anochecer, la tierra seca de calles aún vírgenes de aquel humeante asfalto que vendría, junto con el progreso, años más adelante.. y los chiquillos, a plena luz del día, horadábamos hoyuelos junto al bordillo para jugar a los “petos”.

A la hora de la nocturnidad, acabadas las cenas y lavada la roña de los infantes que habían acabado sus interminables rondas de juego, esperábamos sentados en el tranco del vano de la puerta, a que mi padre acabase su día de trabajo en la “tienda”, enjuagando los enormes vasos de cristal donde se escanciaba el vino blanco, rudo y peleón, que ingerían los hombres de la mar..

 

Había noches que se sucedían sin que aconteciera nada digno de ser citado, y también, había otras noches, donde la señal para el comienzo de una buena narración fuera precisamente la aparición de la Vieja con su silleta de anea agarrada por el exiguo respaldo curvo de madera de pino cruda, su bolsita con frutos secos llena de anhelos extinguidos, su fealdad reflejada en aquella verruga enorme junto a la comisura del labio superior y cuatro espinas con aspecto de pelos recios y temibles; el cano cabello recogido en una cola raquítica, su mandilón, sus zapatillas acogiendo con estrecheces unos pies enormes y cansados, donde la grasa acumulada se amontonaba en los bordes del precario calzado, y un bosque de venas varicosas se arremolinaba alrededor de sus pantorrilas enguantadas en unas medias de seda basta y con confusos visos de extrañeza en su limpieza..

 

Mi madre también había sacado, previamente, y después de acabar sus labores, una de las sillas que componían el ajuar mobiliario de nuestra casa, estirando su falda para que las rodillas no apareciesen demasiado evidentes, y guardando la compostura, sacaba también su ración de pipas para saludar al ocio y al fresco de la noche..

Yo ya había ocupado mi sitio frente a la silla de la Vieja, sentado en el tranco de la puerta, esperando el comienzo de una historia donde se entrecruzaran las leyendas de tesoros escondidos por los moros en cuevas cercanas a nuestra calle, cuando gobernaban nuestra tierra, de aparecidos junto a una esquina del dormitorio, o de hombres con saco que se dedicaban a secuestrar infantes para sacarles las mantecas..

 

Había noches así, también..

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